martes, 18 de diciembre de 2007

LA FAMILIA, UNIDA, PERMANECE UNIDA

Recién enviudada, Nancy Botwin decide pasar algo de hierba para mantener a sus dos hijos de once y dieciséis años respectivamente, en Agrestic, California. En ese mismo estado, en Los Ángeles, Sarah Wedon, la mayor de cinco hermanos, se las ingenia para limpiar las turbias cuentas de la empresa de papá, que acaba de palmar. Y en Salt Lake City, Utah, la típica familia poligámica desarraigada, con tres casas, un padre, tres madres y siete hijos, se escaquea como puede del vecindario para mantener en secreto semejante tinglado. Las premisas argumentales de Weeds, Brothers and Sisters y Big Love, tres de las series con mayor audiencia de la nueva ficción televisiva americana, no arrojan duda: la familia vuelve. Por lo menos como argumento televisivo. Durante estos últimos años, con alguna que otra gloriosa excepción, guionistas y productores han evitado en la medida de lo posible el tema de la familia; se le supone delicado y poco popular. La constante y previsible repetición de clichés en los guiones de las series, han obligado a la familia a situarse o bien en lo sórdido, lo cutre o hasta lo disfuncional; o bien en la más absoluta de las felicidades. O estás en el bar pimplando porque te han abandonado o estás desayunando alegremente en la cocina junto a tu cariñosa esposa y tus adorables hijos de tres y cinco años, que siempre están contentos y sus fiestas de cumpleaños son la bomba. Es un decir, claro, seguramente un exagerar, pero ese lamentable loop se ha venido repitiendo durante demasiado tiempo.
Hasta que llegó The Sopranos, la serie que rescató a la familia del ostracismo argumental donde se hallaba instalada. Hito televisivo que ha marcado un antes y un después. Detrás de la historia de esa brutal y desfasada mafia que se resiste a buscar un nuevo empleo, aparece la de la familia Soprano, una familia de lo más normal. La de Tony Soprano, su mujer y sus dos hijos, el mayor de los cuales, un adolescente con pinta de skater, está más preocupado en jugar a la play y cargar el IPod que en otra cosa. Uno llega a acostumbrarse a las trifulcas chapuceras de unos tipos que se pasan el día descuartizando cadáveres en la cocina mientras preparan la salsa para los espaguetis y comentan el partido de béisbol. Probablemente, hayamos pasado de la autómata repetición de situaciones tipo, a la creación –no menos repetitiva- de otras, digamos, salidas de tono. Sin pasos intermedios. ¿Para qué?, si es lo que queremos. Si es que nos va la marcha. ¡Cuánto le debemos a Los Soprano! Demasiado, aunque mucho menos que cientos de profesionales del guión. Como Jon Robin Baitz, de Brothers and Sisters, dirigida por Ken Olin (Alias) y estrenada aquí como Cinco Hermanos por la cadena de pago Fox; el pelotazo de la temporada en los USA: la emisión de su primer capítulo obtuvo allí picos de audiencia de 20 millones de espectadores, estabilizándose después en los actuales 14 millones de media por capítulo. Espectacular. Y revelador: tantas personas americanas interesadas en la historia de una familia americana de clase media, tirando a tradicional. Un buen reparto siempre ayuda, encabezado aquí por Calista Flockhart (Ally MacBeal) y donde encontramos a Sally Field, Rob Lowe o a Rachel Griffits (A Dos Metros Bajo Tierra). Pero no lo es todo. En una sociedad, post 11-S, emocionalmente traumatizada, es de suponer que un capítulo semanal de lazos familiares, de calor de hogar, debe entrar solo, debe sentar estupendamente. Y si a esto le añadimos una banda sonora de emo-folk, de refuerzo a las escenas más sensibles y al speech final, voz en off, del narrador/ a, ya lo dejamos sembrado. A partir de aquí, y siempre que manejemos buenas intenciones e inteligentes diálogos, ya nos da igual si la familia en cuestión es más o menos rarita. A la pobre Nancy Botwin (Mary-Louise Parker), protagonista de Weeds, no le queda más remedio que vender marihuana para sacar adelante a su familia. Quién se lo puede tener en cuenta, al fin y al cabo, su marido ha fallecido hace poco y tiene dos bocas que alimentar. Además, se lleva magníficamente con todo el mundo. Es buena gente. Y más folk: grandioso momento con “All the trees of the field will clap their hands” , de Sufjan Stevens, al final de un capítulo.
Tampoco nos parece tan loco que los Henrickson, de Big Love, practiquen la poligamia. Si un tipo como Bill (Bill Paxton) decide tener tres casas, tres mujeres (una de ellas, Chlöe Sevigny) y siete hijos, es su movida (y la de miles de familias en los USA, concretamente en Utah). Tendrán que esconderse de los vecinos; no es que lo que hagan esté bien o mal, es que es ilegal. También tendrán que hacerlo de la mayoría de los adeptos de la Iglesia Mormona, que la prohíbe desde hace más de un siglo. Para colmo, el pobre Bill es extorsionado por el patriarca (Harry Dean Stanton) de Juniper Creek , la comunidad que abandonó hace un puñado de años. Por lo demás, son como cualquier otra familia. En serio.
LUIS COSTA

Texto publicado en el suplemento cultura-s de La Vanguardia (7 de noviembre de 2007)